La cocaína es una droga que engancha rápidamente y que convierte en adictos a un gran porcentaje de los que la prueban. El tiempo de abstinencia, por muy largo que sea, no cura, ya que la adicción es crónica y progresiva y con tendencia a la recaída, pero la enfermedad puede detenerse y la persona iniciar el proceso de recuperación gracias precisamente a la abstinencia completa.
La OMS califica la adicción como una enfermedad física, mental y emocional. El consumo de cocaína o de cualquier otro tipo de droga o comportamiento es solo un síntoma, de igual forma que lo puede ser el consumo compulsivo de alcohol o la ludopatía. Por ello, nos gusta hablar de la adicción como una enfermedad, independientemente de la droga o comportamiento que se consuma.
La adicción a la cocaína provoca cambios importantes en el cerebro, ya que altera los circuitos de recompensa y los neurotransmisores relacionados con ésta, además de provocar perjuicios en otros órganos importantes. Las consecuencias de una larga historia de consumo de cocaína pueden ser muy dañinas para la persona, así que a continuación os detallaremos cuales son las posibles secuelas.
Cómo afecta al cerebro
Una sola raya hace que se altere la percepción de las emociones, ya que actúa directamente sobre los centros de placer del cerebro, provocando un sentimiento energizante y eufórico.
La sustancia provoca que las dendritas disminuyan drásticamente, siendo éstas una parte fundamental de las neuronas que se encargan de transmitir información fundamental en los procesos de aprendizaje.
En el sistema límbico, que es el encargado de manejar adecuadamente tanto las sensaciones de placer como las experiencias negativas, se produce una sobreexposición del neurotransmisor dopaminérgico por la magnitud de la descarga que produce la cocaína.
Gran parte de la problemática de las adicciones está en la dopamina, y en la descompensación que provocan tanto las drogas como otros comportamientos adictivos en los circuitos de recompensa y de placer. El cerebro adicto ya solo asocia el placer a la cocaína, por lo que se produce una pérdida de gratificación de otros estímulos que anteriormente consideraba naturalmente positivos, como disfrutar de amigos y seres queridos, música, relaciones sexuales y afectivas o degustar una buena comida.
Otro aspecto relacionado con el cerebro radica en la tolerancia, esto es, que para conseguir un estímulo igual de potente que el anterior, irá necesitando mayores cantidades de cocaína cada vez, agravando todas las consecuencias fatales que tiene el consumo en el resto del organismo y perpetuando la adicción.
Otras complicaciones
Puede ocurrir que, debido a las subidas de presión arterial y temperatura corporal que causa el consumo de cocaína, el sistema circulatorio se vea afectado negativamente y ocurran arritmias o infartos. Otros eventos que podrían tener lugar son paro respiratorio, convulsiones y apoplejías.
Muerte súbita
Según un estudio, en menores de 50 años, el 10% de todos los casos de muerte súbita en esta edad se producen en consumidores de cocaína, que tienen el cuádruple de riesgo de padecerla. Asimismo, el riesgo de infarto, que entre consumidores de 35 a 44 años es del doble, se triplica de los 45 a los 54, y en mayores de 54 se quintuplica.
Consecuencias a nivel mental y emocional
Dado que la cocaína termina siendo un escape que nos permite no afrontar las emociones, los adictos terminan desconectándose de ellas y sin saber cómo experimentar aquellas que son negativas, como la ira o la tristeza o ciertos niveles de ansiedad y estrés.
En el plano mental, se produce cierta desconexión de la realidad y pueden ocurrir las crisis paranoides. Por último, en sujetos con muchos años de consumo y grandes cantidades, se puede producir la psicosis cocaínica, un estado psicótico que tiene lugar cuando se consume la droga, y en casos muy graves, aun cuando no se ha consumido.
Asimismo, es normal en personas consumidoras la tendencia a la ansiedad y la depresión, dado que la cocaína produce daños en la corteza prefrontal, que es la encargada del control de la conducta o el procesamiento de emociones, y la tendencia a la apatía y la dejadez debido al desequilibrio del sistema límbico y los “chutes” artificiales de dopamina.