El cerebro enfermo de un adicto
No hay quien pare a un adicto que necesita consumir. Ni sus padres, ni sus hijos, ni sus parejas…ningún familiar muy allegado tiene ese poder cuando el cerebro de ese adicto está ya tan enfermo (literalmente) que necesita la próxima dosis. Aunque su verdadera voluntad sea la de no querer consumir. Más aún si desconoce que existe un tratamiento. Incluso cuando llora y se lamenta después de hacerlo debido a la rabia y la impotencia de no querer hacerlo y volver a hacerlo una y otra vez, y el daño que provoca a todos los que están a su alrededor.
Llegados a un punto, estamos completamente presos, el circuito de recompensa del cerebro que nos lleva a repetir comportamientos “agradables” se ha estropeado definitivamente, solo tomar drogas y alcohol le producen placer o alivio, y una vez cruzada una determinada línea, se produce una tendencia natural hacia la recaída aun sabiendo que nos podemos destrozar física, mental, emocional y espiritualmente. Incluso morir.
Se acabó la posibilidad de elegir si consumo o no consumo, muchos acuden a un centro porque han intentado dejarlo por sí mismos de todas las maneras posibles y finalmente reconocen que solos no pueden, que la adicción es sin duda más fuerte que ellos. Llega a ser necesario un fondo emocional o de otro tipo, grandes dosis de sufrimiento que hagan al adicto capaz de tirar la toalla y pedir ayuda para que empiece a tener lugar el proceso de abstinencia y cambio. Si hablamos de adicción, rendirse es ganar, reconocer la impotencia y la derrota es el primer paso hacia la recuperación.
La adicción no se cura: aprendemos a convivir con ella
Los centros de desintoxicación, pese a la integridad y profesionalidad que puedan tener todos sus miembros (médicos, psiquiatras, psicólogos, terapeutas, trabajadores sociales, educadores, monitores), somos un simple vehículo que guía a la persona que quiere recuperarse y tratamos de enseñarle el camino más adecuado en función de años y años de experiencia, de ver recaídas y de analizar los porqués, y de ver las características en común de aquellos que se recuperan a largo plazo.
Es cierto que, incluso los adictos mejor intencionados con respecto al tratamiento, pueden durar un tiempo en abstinencia tras estar dos, tres, cuatro meses en un centro. Incluso sin un centro, de forma ambulatoria. Sin embargo, el objetivo no es la abstinencia por un tiempo, sino a largo plazo y para toda la vida. El periodo de ingreso en centro cubre únicamente la desintoxicación y una pequeña parte de la deshabituación (modificar hábitos). Aún quedan todo el proceso de rehabilitación (volver a tener habilidades para enfrentarme a la vida sin drogas) y la reinserción social (tener un trabajo y mantenerlo, relaciones familiares y/o sentimentales, ser un miembro responsable y productivo de la sociedad). Este trabajo requiere muchas terapias y aprendizaje durante unos años, hábitos nuevos adquiridos e interiorizados tras mucha práctica, aplicar las herramientas que nos han enseñado para poder vivir en sobriedad y para que cuando la vida se ponga complicada, podamos soportar el dolor sin tener que anestesiarnos con alcohol o drogas.
Para recuperar un cerebro dañado por la adicción y construir una base sólida que nos permita mantenernos limpios toda la vida, se necesitan entre 3 y 5 años, no dos o tres meses en un centro y zanjar el asunto como si ya estuviera todo hecho. La mayoría de las personas no logran comprenderlo, pero es similar a lo que le ocurre a un diabético que no puede tomar azúcar. Los adictos somos alérgicos al alcohol y las drogas. Cuando bebemos una copa o tomamos cualquier tipo de sustancia que altere el estado físico o mental, se acabó, nos convertimos en otras personas y nuestra única y principal prioridad es consumir de nuevo. La enfermedad se hace cargo de nosotros de nuevo y, después de un tiempo de abstinencia, que la recaída acabe en la muerte tiene una probabilidad mayor.
No se trata de que hagamos caso a un terapeuta y acudamos a un grupo de terapia durante seis meses o un año y luego olvidemos la rutina y el tratamiento y hagamos “una vida normal”. Nosotros no podemos adaptar el tratamiento a nuestra idea de “vida normal”. Durante un largo tiempo debemos adaptar nuestra vida al tratamiento y priorizarlo. Normalizar nuestra vida es un proceso lento y largo que requiere tiempo, nuestro cerebro ha de mejorar hasta que tengamos la conciencia suficiente para interiorizar que padecemos una enfermedad crónica. Aun así, conocemos gente que ha estado muchísimos años sin drogarse y ha recaído, debemos estar vigilantes de por vida. Enfermedad crónica, tratamiento crónico. Se requiere una conexión con el tratamiento para siempre. Igual que el diabético necesita la insulina.
Pese a que la recuperación nos cambie como personas y nuestro cerebro mejore hasta límites que no imaginamos si nos mantenemos limpios durante muchos años, si nos separamos del tratamiento y olvidamos que padecemos una enfermedad crónica, volveremos a los viejos patrones de comportamiento y a las viejas formas de pensar que, tarde o temprano, nos llevarán a consumir otra vez.