Las personas adictas mienten, y se mienten. Para un familiar o amigo del adicto, lo desesperante es lo primero, pero lo preocupante en realidad es lo segundo. Un adicto es una persona enferma cuyo cerebro no funciona como el de una persona normal, dado que a base de repetición de consumos y comportamientos, ha alterado definitivamente el sistema de recompensa y el de algunos neurotransmisores fundamentales como es la dopamina, que está asociada al centro de placer. Un adicto que no está en tratamiento puede no querer drogarse y acabar drogándose, porque su cerebro enfermo es el que tiene el control y su voluntad está secuestrada.
Mentir para seguir consumiendo
Ahora que hemos subrayado que la adicción, además de ser una enfermedad física (síndrome de abstinencia, craving) es también una enfermedad mental, el adicto miente porque necesita proteger su consumo, su dependencia a éste. Un adicto no solo miente y manipula las situaciones para poder consumir, es capaz de hacer ver a un familiar que el negro es blanco o viceversa para justificar y mantener su consumo.
El autoengaño
La negación (negar que tengo un problema con el alcohol, drogas o comportamientos) es un síntoma fundamental y la piedra angular del autoengaño. Al principio del artículo comentábamos que pese a lo desesperante de que nuestro familiar adicto nos engañe, lo peor es que se engañe a sí mismo. Eso lo puede matar. La negación y la terquedad frustran las intervenciones de familiares, amigos o terapeutas y las posibilidades de empezar un tratamiento.
La mentira principal que se cuenta el adicto es que él tiene el control de la situación, que no tiene un problema real y que de verdad se cree que puede dejarlo. Y cuando entra en tratamiento, un peligro de recaída es el siguiente pensamiento: “esta vez puede que sea diferente” o “yo no soy como el resto de adictos”. Cuando la adicción llega a ese punto de no retorno, ese punto que muchos adictos nos preguntamos en qué etapa de nuestra vida sucedió, ya no hay consumos exitosos. Ni va a haber diferencias con la última vez. Acabaremos como siempre, perdiendo el control y cada vez más hundidos.
El ciclo por el que el adicto se miente y acaba consumiendo otra vez
Como hemos mencionado antes, el cerebro de un adicto está enfermo porque el consumo no es una opción, es una necesidad. Nuestra experiencia como centro de adicciones, con miles de pacientes cada año, y como adictos en recuperación, nos dice que un adicto no se destruye a sí mismo de esa manera por propia voluntad, y por eso la OMS (Organización Mundial de la Salud) se refiere a la adicción como una enfermedad.
Ahora, existen ciertos disparadores o estímulos que ponen en marcha la rueda del consumo: unos son internos y emocionales, ya que como el adicto no sabe gestionar sus emociones, cuando siente tristeza, euforia, aburrimiento, ansiedad o soledad, el consumo aparece en el pensamiento como alivio para sentirme mejor. Ese pensamiento de que el consumo solucionará mi estado anímico y mental, lleva al craving o deseo intenso de consumo, y el autoengaño hace el resto del trabajo (una y no más, no hago daño a nadie, yo lo controlo, todo el mundo está enganchado a algo).
Otros disparadores son externos y se han ido formando con el tiempo: ver a personas con las que he consumido, lugares en los que he consumido, o material relacionado con los rituales de consumo. Éstos son más fáciles de atajar cuando una persona entra en tratamiento, pues al principio hemos de evitar a toda costa ponernos en riesgo ante personas o lugares que nos puedan incitar.
¿Puede un adicto dejar de mentir y mentirse a sí mismo?
Por supuesto, siempre y cuando acceda a entrar en tratamiento y empiece a conocer como funcionan sus emociones y su cerebro. Un adicto que no ha tenido nunca acceso a un tratamiento suele funcionar por inercia y miente y se engaña porque es un enfermo.
Para abordar al adicto y hablar con él, puede ser efectivo hacerlo en un momento en el que ha vuelto a recaer, lleva mucho tiempo haciéndolo y siente vergüenza y culpa. Otra posibilidad es que el propio adicto esté harto de estar harto y busque ayuda, o que haya tocado un determinado fondo (que puede ser emocional, mental, económico…) que solo él conoce. Es duro decirle esto a un familiar, pero si un adicto no ha tenido todavía consecuencias graves debido al consumo y aún goza de cierta protección (codependencia por parte de algún familiar), será complicado que acceda a tratarse.